El cambio climático se ha convertido en un desafío global y un riesgo real para muchos países. Las modificaciones del clima tienen efectos palpables en cada vez más lugares del mundo. Las evidencias científicas dejan ya poco lugar a las dudas.
Tampoco parece que se pueda cuestionar fácilmente la incidencia del cambio climático en la movilidad de las personas. Según el informe Groundswell (2021), publicado por el Banco Mundial, se estima que 251 millones podrían abandonar sus países a causa del cambio climático antes del año 2050.
Dentro del continente africano, Senegal constituye un buen exponente de los efectos que el cambio climático puede tener sobre la migración. A través del proyecto de investigación “Migración, cambio climático y cooperación al desarrollo. Flujos, impactos y coherencia de políticas en los casos de Marruecos y Senegal en relación con España” hemos podido constatar algunos de ellos.
Escapar o quedarse
El estudio nos ha permitido comprender mejor la complejidad del vínculo entre el cambio climático y la movilidad. En realidad, el cambio climático adquiere numerosas implicaciones y las migraciones obedecen a múltiples factores no siempre evidentes.
Por ejemplo, en determinados casos el cambio climático puede empujar a emigrar. En cambio, en otros, puede que el cambio climático empobrezca a la población hasta el punto de que se dificulte la misma emigración.
Senegal es uno de los países más vulnerables al cambio climático. Según la Universidad de Notre Dame (EE. UU.), Senegal ocupaba en 2021 el puesto 137 en cuanto a su vulnerabilidad climática, cuando el país más vulnerable del mundo, Chad, se situaba en el puesto 185. Senegal es también un foco importante de emigración internacional: la base estadística Migration Data Portal indica que en 2020 eran 693 800 los senegaleses en el exterior.
Sin embargo, ni uno ni otro fenómeno son nuevos para la población de este país africano, que se ha venido amoldando desde hace mucho tiempo a unas difíciles condiciones ambientales.
Los senegaleses también han emigrado desde hace muchas décadas y han integrado la movilidad en su cultura y modo de vida. De hecho, la misma emigración es considerada ahora como una estrategia de adaptación a los cambios ambientales y la variabilidad climática.
¿Quiénes emigran?
Los agricultores de Senegal (hombres y mujeres) conocen bien la falta de agua y el avance de la desertización. Las tierras son cada vez más áridas y llegan a convertirse en improductivas. También los pastores tienen cada vez más dificultades para encontrar pastos para sus rebaños, desplazándose a otros lugares con el riesgo de conflictos intercomunitarios.
Quienes viven de la pesca –los hombres que salen a faenar y las mujeres que preparan y venden el pescado– se resisten a abandonar un medio de vida en retroceso. Las amenazas a la pesca vienen del calentamiento del mar y la alteración de las corrientes, pero sobre todo de la sobrepesca ejercida por flotas extranjeras. Ahora las capturas se reducen, los costes se incrementan y la actividad pesquera ya no resulta rentable.
Todo ello hace que entre la emigración senegalesa a España y otros países haya agricultores, pastores y pescadores, aunque tampoco son siempre los más numerosos. Buena parte de la diáspora senegalesa está integrada por jóvenes urbanos que no han podido finalizar sus estudios secundarios o universitarios, o que no han encontrado un trabajo acorde tras completar su formación.
La falta de expectativas laborales, junto con la creciente limitación de libertades, hace pensar a los jóvenes que difícilmente verán cumplidos sus proyectos personales.
Ciudades que crecen descontroladamente
En este contexto, el cambio climático se ha convertido en un factor estresante más. Al conducir a las ciudades a quienes han visto alterados sus sistemas de vida en los pueblos, los centros urbanos sufren la saturación y el déficit de servicios básicos.
Las grandes ciudades, como Dakar, experimentan un crecimiento descontrolado que precariza las condiciones de vida del conjunto de la población. Y eso mismo está pasando en otros países africanos.
El cambio climático todavía no empuja de forma clara y directa a una emigración a gran escala, pero ha venido a desestabilizar un terreno ya de por sí frágil. No se trata de generar una alarma innecesaria ante una migración suficientemente problematizada en los países de recepción. La cuestión principal es entender los cambios y promover políticas que se adelanten a algunos de los efectos y mitiguen otros.
Como ya sabemos, cerrar las fronteras no sirve para evitar la emigración, solo para encarecerla y hacerla más dramática. Puede que cerrar los ojos ante el cambio climático aún sea más costoso y peligroso.
Joan Lacomba Vazquez, Profesor Departamento de Trabajo Social, Universitat de València
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.