Hace poco más de cinco años, el 22 de febrero de 2019, la sonda espacial Beresheet, construida por SpaceIL e Israel Aerospace Industries, entró en la órbita de la Luna. Beresheet iba a ser la primera nave espacial privada en realizar un aterrizaje suave sobre la superficie lunar. Entre la carga útil de la sonda había miles de tardígrados, animales diminutos conocidos por su extraordinaria capacidad para sobrevivir en las condiciones más extremas.
La misión tuvo problemas desde el principio: fallaron las cámaras de seguimiento, que permitían determinar la orientación de la nave y controlar sus motores. Las limitaciones presupuestarias impusieron un diseño reducido y, aunque el centro de mando pudo solucionar algunos problemas, las cosas se complicaron aún más el 11 de abril, día del alunizaje.
De camino a la Luna, la nave había viajado a gran velocidad y era necesario frenarla para que el aterrizaje fuera suave. Desgraciadamente, durante la maniobra de frenado falló un giroscopio, bloqueando el motor primario. A 150 m de altura, Beresheet seguía moviéndose a 500 km/h, demasiado deprisa para detenerse a tiempo.
El impacto fue violento: la sonda se hizo añicos y sus restos quedaron esparcidos a unos cien metros de distancia. Lo sabemos porque el satélite LRO (Lunar Reconnaissance Orbiter) de la NASA fotografió el lugar del impacto poco después del accidente, el 22 de abril.
Animales que lo aguantan (casi) todo
¿Qué ocurrió con los tardígrados que viajaban en la sonda?
Dada su extraordinaria capacidad para sobrevivir a situaciones que matarían a casi cualquier otro animal, ¿podrían haber contaminado la Luna? Peor aún, ¿podrían reproducirse y colonizarla?
Los tardígrados son animales microscópicos que miden menos de un milímetro de longitud. Todos tienen neuronas, una boca abierta en el extremo de una probóscide retráctil, un intestino que contiene una microbiota y cuatro pares de patas no articuladas terminadas en garras, y la mayoría tiene dos ojos. Por pequeños que sean, comparten un antepasado común con artrópodos como insectos y arácnidos.
La mayoría de los tardígrados viven en medios acuáticos, pero pueden encontrarse en cualquier entorno, incluso urbano. Emmanuelle Delagoutte, investigadora del Centro Nacional para la Investigación Científica francés, los recoge en los musgos y líquenes del Jardin des Plantes de París.
Para estar activos, alimentarse de microalgas como la chlorella, y desplazarse, crecer y reproducirse, los tardígrados necesitan estar rodeados de una película de agua. Se reproducen sexual o asexualmente mediante partenogénesis (a partir de un huevo no fecundado) o incluso hermafroditismo, cuando un individuo (que posee gametos masculinos y femeninos) se autofecunda. Una vez que el huevo ha eclosionado, la vida activa de un tardígrado dura de 3 a 30 meses. Se han descrito 1 265 especies, entre ellas dos fósiles.
Poderes de otro mundo
Los tardígrados son famosos por su resistencia a condiciones tan extremas que ni siquiera existen en la Tierra o la Luna. Pueden perder hasta el 95 % de su agua corporal para interrumpir su metabolismo. Algunas especies sintetizan un azúcar, la trehalosa, que actúa como anticongelante, mientras que otras sintetizan proteínas que se cree que incorporan constituyentes celulares en una red amorfa “vítrea” que ofrece resistencia y protección a cada célula.
Durante la deshidratación, el cuerpo del tardígrado puede reducirse a la mitad de su tamaño normal. Las patas desaparecen y sólo quedan visibles las garras. Este estado, conocido como criptobiosis, persiste hasta que las condiciones para la vida activa vuelven a ser favorables.
Dependiendo de la especie de tardígrado, los individuos necesitan más o menos tiempo para deshidratarse y no todos los ejemplares de la misma especie consiguen volver a la vida activa. Los adultos deshidratados sobreviven durante unos minutos a temperaturas tan bajas como -272 °C o tan altas como 150 °C, y a largo plazo resisten altas dosis de rayos gamma de 1 000 o 4 400 Gray (Gy). A modo de comparación, una dosis de 10 Gy es mortal para el ser humano y de 40 a 50 000 Gy esteriliza todo tipo de material. Sin embargo, sea cual sea la dosis, la radiación mata los huevos de tardígrado.
Además, la protección que ofrece la criptobiosis no siempre es clara, como en el caso de Milnesium tardigradum, especie a la que la radiación afecta de la misma manera a los animales activos y a los deshidratados.
¿Vida lunar?
¿Qué pasó con los tardígrados después de estrellarse en la Luna? ¿Queda alguno de ellos todavía con vida, enterrado bajo el regolito lunar, el polvo que varía en profundidad desde unos pocos metros hasta varias decenas de metros?
Para que esto sea posible, en primer lugar tendrían que haber sobrevivido al impacto. Las pruebas de laboratorio han demostrado que especímenes congelados de la especie Hypsibius dujardini, viajando a 3 000 km/h en el vacío, sufren daños mortales al estrellarse contra la arena. Sin embargo, sobreviven a impactos de 2 600 km/h o menos, y su “aterrizaje forzoso” en la Luna fue mucho más lento.
La superficie de la Luna no está protegida de las partículas solares ni de los rayos cósmicos, en particular los gamma, pero también en este caso los tardígrados serían capaces de resistir. De hecho, Robert Wimmer-Schweingruber, profesor de la Universidad de Kiel (Alemania), y su equipo han demostrado que las dosis de rayos gamma que inciden en la superficie lunar son permanentes, pero bajas en comparación con las dosis mencionadas anteriormente: 10 años de exposición a los rayos gamma lunares corresponderían a una dosis total de alrededor de 1 Gy.
Pero aún está la cuestión clave de si la “vida” en la Luna es posible. Los tardígrados tendrían que soportar la falta de agua, así como temperaturas que oscilan entre -170 y -190 °C durante la noche lunar y entre 100 y 120 °C durante el día. Un día o una noche lunares duran mucho tiempo, algo menos de 15 días terrestres. La propia sonda no estaba diseñada para soportar temperaturas tan extremas y, aunque no se hubiera estrellado, habría cesado toda actividad al cabo de unos pocos días terrestres.
Por desgracia para los tardígrados, no pueden superar la falta de agua líquida, oxígeno y microalgas, así que nunca podrían reactivarse, y mucho menos reproducirse. Por tanto, su colonización de la Luna es imposible.
Aun así, es previsible que haya ejemplares inactivos en suelo lunar y su presencia plantea cuestiones éticas, como señala Matthew Silk, ecólogo de la Universidad de Edimburgo. Además, en un momento en que la exploración espacial despega en todas direcciones, contaminar otros planetas podría significar que perderíamos la oportunidad de detectar vida extraterrestre.
Laurent Palka, Maître de conférences, Muséum national d’histoire naturelle (MNHN)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.