Mariana Muñoz, “La Mona” como la llaman sus compañeras, una judoca de apenas 13 años, que en solo año y medio ha pasado de ser una principiante curiosa a portar el uniforme de la Selección Colombia en los Juegos Sudamericanos Escolares.
En el caluroso tatami de Bucaramanga, donde los sueños de cientos de jóvenes deportistas toman forma, una historia resplandece con la fuerza de una voluntad inquebrantable. Es la de Mariana Muñoz, “La Mona” como la llaman sus compañeras, una judoca de apenas 13 años, que en solo año y medio ha pasado de ser una principiante curiosa a portar el uniforme de la Selección Colombia en los Juegos Sudamericanos Escolares.
Mariana sonríe, tímida pero segura, mientras habla de su viaje hacia este momento. “Todo comenzó como un simple juego”, dice. Fue su amiga quien la invitó por primera vez a probar este deporte en su barrio en Jamundí, Valle del Cauca. “Yo solo quería moverme, coger cuerpo, nada serio”, confiesa. Pero el judo la atrapó, y lo que comenzó como una actividad recreativa se transformó en una pasión y disciplina imparable.
Su progreso ha sido meteórico, aunque no exento de sacrificios. Entrenamientos diarios, disciplina implacable y una confianza inusual para su edad son la base de su éxito. “Nadie es mejor que yo”, dice con una seguridad que no suena arrogante, sino decidida, como quien entiende que la competencia más difícil siempre es consigo mismo. Mariana no solo ha aprendido a derribar adversarias en el tatami; ha aprendido a enfrentarse a sus propios miedos y límites.
Pero no todo fue fácil al principio. Su mamá, preocupada por los riesgos del deporte, inicialmente se resistió. “Decía que esto era muy peligroso para mí”, recuerda Mariana. Sin embargo, al ver cómo el judo transformaba a su hija, tanto en su carácter como en su disciplina, su percepción cambió por completo. Hoy, la madre de Mariana es su mayor fan, agradecida porque el deporte no solo la llevó a competencias internacionales, sino que le dio herramientas para la vida.
Aunque apenas comienza su carrera, Mariana tiene una meta clara: ser campeona olímpica. No lo dice como un sueño lejano, sino como un destino inevitable al que llegará con trabajo duro y perseverancia. “¿Por qué no? Quiero seguir ganando títulos y representar a mi país en los escenarios más grandes”, dice con una sonrisa que ilumina el rostro.
Para quienes creen que el judo no es para niñas, Mariana tiene una respuesta directa: “No importa si eres niño o niña, este es un deporte que cualquiera puede practicar. Es algo hermoso y les invito a que lo prueben”. Sus palabras no solo son un llamado a otras niñas para que desafíen los estereotipos, sino también un testimonio de que el judo, como cualquier deporte, tiene el poder de transformar vidas.
Mañana, Mariana se enfrentará a algunas de las mejores judocas de Sudamérica. Pero, pase lo que pase en el tatami, su historia ya es una victoria. Desde Jamundí hasta Bucaramanga, y con la mirada puesta en el podio olímpico, Mariana nos recuerda que el talento, la dedicación y el coraje no tienen edad, y que los sueños más grandes comienzan, a menudo, con un simple juego.Mariana sonríe, tímida pero segura, mientras habla de su viaje hacia este momento. “Todo comenzó como un simple juego”, dice. Fue su amiga quien la invitó por primera vez a probar este deporte en su barrio en Jamundí, Valle del Cauca. “Yo solo quería moverme, coger cuerpo, nada serio”, confiesa. Pero el judo la atrapó, y lo que comenzó como una actividad recreativa se transformó en una pasión y disciplina imparable.
Su progreso ha sido meteórico, aunque no exento de sacrificios. Entrenamientos diarios, disciplina implacable y una confianza inusual para su edad son la base de su éxito. “Nadie es mejor que yo”, dice con una seguridad que no suena arrogante, sino decidida, como quien entiende que la competencia más difícil siempre es consigo mismo. Mariana no solo ha aprendido a derribar adversarias en el tatami; ha aprendido a enfrentarse a sus propios miedos y límites.
Pero no todo fue fácil al principio. Su mamá, preocupada por los riesgos del deporte, inicialmente se resistió. “Decía que esto era muy peligroso para mí”, recuerda Mariana. Sin embargo, al ver cómo el judo transformaba a su hija, tanto en su carácter como en su disciplina, su percepción cambió por completo. Hoy, la madre de Mariana es su mayor fan, agradecida porque el deporte no solo la llevó a competencias internacionales, sino que le dio herramientas para la vida.
Aunque apenas comienza su carrera, Mariana tiene una meta clara: ser campeona olímpica. No lo dice como un sueño lejano, sino como un destino inevitable al que llegará con trabajo duro y perseverancia. “¿Por qué no? Quiero seguir ganando títulos y representar a mi país en los escenarios más grandes”, dice con una sonrisa que ilumina el rostro.
Para quienes creen que el judo no es para niñas, Mariana tiene una respuesta directa: “No importa si eres niño o niña, este es un deporte que cualquiera puede practicar. Es algo hermoso y les invito a que lo prueben”. Sus palabras no solo son un llamado a otras niñas para que desafíen los estereotipos, sino también un testimonio de que el judo, como cualquier deporte, tiene el poder de transformar vidas.
Mañana, Mariana se enfrentará a algunas de las mejores judocas de Sudamérica. Pero, pase lo que pase en el tatami, su historia ya es una victoria. Desde Jamundí hasta Bucaramanga, y con la mirada puesta en el podio olímpico, Mariana nos recuerda que el talento, la dedicación y el coraje no tienen edad, y que los sueños más grandes comienzan, a menudo, con un simple juego.
(M.D)