Javier Díaz Dorronsoro, Universidad de Navarra
El 29 de enero, Elon Musk publicaba en X el éxito de la primea intervención quirúrgica implantando un dispositivo desarrollado por su start up Neuralink en un humano. El nombre del dispositivo: Telepathy (Telepatía).
En la comunidad científica estábamos atentos a lo conseguido por el equipo de Elon Musk desde que en septiembre de 2023 el organismo competente, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), acreditó que el dispositivo podía implantarse en humanos.
Tras el visto bueno de la FDA, Neuralink implantó Telephaty a una persona elegida entre un grupo de voluntarios, afectados de tetraplejia y esclerosis lateral amiotrófica. De momento podemos decir que el implante ha sido un éxito, pero para conocer los resultados habrá que seguir los pasos de un estudio que promete ser largo.
El indiscutible avance tecnológico de Telepathy
Lo que ha conseguido el equipo de
Elon Musk es muy revolucionario desde el punto de vista tecnológico. Telepathy lleva una batería que se recarga externamente y dispone de 1 024 electrodos, distribuidos en 64 hilos, que transmiten las medidas de la actividad cerebral de forma inalámbrica. Que el dispositivo lo haya aprobado la FDA avala que está hecho con rigor.
Es esperable que Telepathy consiga medir las señales cerebrales relacionadas con el movimiento en personas de movilidad reducida, y que sirvan para gobernar el movimiento de una prótesis o interactuar con un ordenador. Pero una señal muscular no equivale en modo alguno a un pensamiento.
Es lo que se conoce como interface cerebro-máquina. Pero esto no es telepatía. Lo verdaderamente revolucionario sería que el dispositivo de Neuralink funcionara reconociendo la actividad neuronal que genera el pensamiento. Y esto posiblemente no se logre nunca.
La zona ciega
¿Cuál es el reto al que nos enfrentamos cuando tratamos de medir señales del cerebro?
El reto es la oscuridad en la que se encuentra el observador después de que una neurona se activa. Esto no sucede con otro tipo de células, como por ejemplo una célula muscular del corazón (miocito). Para medir la actividad eléctrica de una neurona y para medir la actividad eléctrica en un miocito se utiliza la misma tecnología. Pero cuando un miocito “dispara”, el observador comprueba que se contrae, esto es, puede relacionar directamente la señal eléctrica con la contracción de la célula muscular. Y así entiende el efecto de la contracción, ya que observa que la contracción de todos los miocitos del corazón producen que la sangre circule por el cuerpo.
Esto no pasa cuando observamos el disparo de una neurona. En este caso el observador no ve que haya ningún cambio significativo, porque el pensamiento generado no es visible: el disparo de la neurona se pierde en la oscuridad.
Los estimuladores cerebrales profundos
Ya existen dispositivos que se implantan dentro del cerebro o muy cerca del cerebro e interaccionan con él. Un ejemplo son los implantes cocleares, dispositivos con estimuladores situados en la cóclea (estructura del oído interno). Los usan las personas que carecen de las células que se encargan de transformar las señales acústicas que llegan del exterior a las señales eléctricas que reconocemos como sonidos. El implante recurre a pequeños micrófonos ubicados en la oreja, y envía los sonidos recogidos a electrodos que se diseminan a lo largo de la cóclea. Y ahí estamos actuando muy cerca del cerebro: estamos llegando al nervio auditivo.
Otro dispositivo que actúa, esta vez sí, dentro del cerebro –y que también está debidamente aprobado– es el estimulador cerebral profundo. Comenzó a utilizarse para tratar el párkinson y, más adelante, se extendió a otras patologías, como la obesidad mórbida o la depresión.
Inutilizar neuronas sin saber realmente cómo funcionan
Con estos dispositivos se actúa en núcleos profundos del cerebro, aunque sin que se entienda bien cómo funciona el cerebro.
Por ejemplo, el dispositivo utilizado para controlar los trastornos motores en la enfermedad del párkinson (¡ojo!, que no para curar la enfermedad), se desarrolló sabiendo que era mejor inutilizar un grupo de neuronas antes que dejarlas como están. Este dispositivo permitió que, en lugar de practicar una ablación (esto es, quemar las células), se inutilizaran las neuronas mediante la aplicación constante de pulsos eléctricos que las bloquearan. Y es posible revertir el efecto al detener el dispositivo.
Y qué hay de medir el pensamiento
En este momento estamos lejos de medir el pensamiento, las intenciones, los recuerdos o los deseos. Con este tipo de dispositivos no podemos saber en qué está pensando la gente. Incluso con dispositivos ya muy reconocidos, como pueden ser los estimuladores profundos, hay mucha oscuridad sobre por qué funcionan (no cómo funcionan) y qué efecto tienen.
Las controversias suscitadas por la implantación del chip de Elon Musk son comprensibles. Nos intriga cómo funciona el cerebro. Parece que es en este órgano donde se encuentra nuestra intimidad más profunda y queremos respetarlo. No deseamos que otras personas nos controlen. Pero, por el momento, que nos lean la mente o puedan influir sobre nuestro pensamiento no es algo por lo que preocuparse.
¿Se conseguirá relacionar la actividad neuronal con nuestros pensamientos? Todo indica que se conseguirán progresos en la interacción con las máquinas, pero no se basarán en la relación entre la actividad neuronal y el pensamiento. Entre otras cosas, porque ni siquiera tenemos muy claro qué es pensar. ¿Será que el pensamiento escapa a la física y no puede medirse?
Javier Díaz Dorronsoro, Profesor de Instrumentación Biomédica, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.