Suele ser relativamente habitual que a los historiadores e historiadoras del arte se nos pregunte acerca de nuestra profesión. ¿Qué hemos estudiado? ¿A qué nos dedicamos? ¿Qué salidas laborales tiene la Historia del Arte? Incluso, alguna vez hemos escuchado la frase “¡Ah, ya… pintáis cuadros!”.
La Historia del Arte es una disciplina relativamente joven. Aunque el interés del ser humano por las manifestaciones artísticas se remonta varios siglos atrás, su desarrollo como disciplina moderna tuvo lugar entre la segunda mitad del siglo XVIII y durante el siglo XIX. De tal modo que en el siglo XX ya existían estudios universitarios de Historia del Arte.
Nuestra disciplina se encuentra en constante cambio. La propia definición de arte ha ido variando con el tiempo. En la actualidad, los quehaceres de un historiador del arte difieren mucho del viejo tópico que los imaginaba únicamente observando cuadros a través de una lupa, desde un despacho de un museo o una universidad.
Aunque, quizás, lo que nunca haya cambiado en nuestros estudios sea precisamente eso: la observación. Los historiadores del arte, como el público que frecuenta un museo, fundamos una parte importante de nuestra disciplina en la observación. Observación, análisis, cuidado, interés, aprecio, divulgación o estudio de todo tipo de manifestaciones artísticas o culturales del ser humano definen esencialmente nuestra disciplina.
Nuevos contextos y nuevos enfoques
No obstante, los nuevos contextos e intereses de las sociedades modernas han determinado y recompuesto algunas partes de nuestra profesión. Y también las metodologías con las que nos acercamos al arte. Ya que, por ejemplo, con las últimas olas feministas se ha ido desarrollando una Historia del Arte con perspectiva de género.
Se publicaron novedosos estudios o se han inaugurado distintas exposiciones sobre mujeres artistas, entre otras innumerables cuestiones. Igualmente, hace algunos años que la Historia del Arte ha ido introduciendo distintos planteamientos sensibles a las cuestiones del movimiento LGTBIQ+ o con el decolonialismo, por ejemplo.
Un punto de encuentro
Y es que, como en tantos otros campos humanísticos, nuestros estudios son el punto de encuentro entre el ser humano y múltiples materias: la arquitectura, la literatura, la pintura, la música, la danza, las religiones, las lenguas clásicas, el diseño industrial, etc.
Pero no nos engañemos, la Historia del Arte alcanza tantos materiales y lugares de la sociedad que sería imposible definirla aquí. En cambio, de lo que no hay duda es del relevante papel que historiadores e historiadoras del arte juegan en nuestras sociedades.
Y lo tienen porque investigan, transmiten, custodian, preservan, o dan a conocer las producciones artísticas y culturales del ser humano. Algo especialmente relevante cuando hablamos de países que, como España, albergan un vasto patrimonio cultural, tanto material como inmaterial. Y más aún cuando estos territorios basan una parte importante de su producto interior bruto en el turismo.
¿Somos útiles?
Sin embargo, no todo el valor o el beneficio de la Historia del Arte (y en general de las Humanidades) es cuantificable. Ni precisa serlo siempre. Ya que existe una utilidad que va más allá de cualquier resultado numérico o práctico; dado que –parafraseando el lúcido manifiesto de Nuccio Ordine– esta utilidad tiene como fin ayudarnos “a hacernos mejores”. El fin de mejorar las sociedades, de aportar conocimiento, de entender nuestro pasado para comprender nuestro presente, entre otras tantas cosas de gran utilidad.
Pues hay saberes que son “fines por sí mismos”. De hecho, el número de visitas diarias a un museo puede ser cuantificado. En cambio, las emociones y la experiencia de un público que ha quedado maravillado por una exposición nunca lo podrá ser. O al menos no a través de dimensiones de tipo económico, práctico o mercantil.
A pesar de que nuestra disciplina ha ido variando con el tiempo, es cierto que tanto los museos como la docencia y la investigación suelen ser los principales destinos.
Las galerías de arte y casas de subastas también suelen ser nuestros campos habituales de trabajo. Del mismo modo que lo son las labores de guía turística o la gestión cultural. Entre un sinfín de ocupaciones más.
Nuevas profesiones
Sin embargo, las innovaciones de nuestros tiempos han provocado la aparición de nuevos quehaceres y profesiones para los historiadores e historiadoras del arte. Sobre todo, con el surgimiento de producciones artísticas relacionadas con el mundo digital e internet.
De hecho, con la popularización de todo tipo de plataformas digitales de comunicación, se ha posibilitado que cada vez existan más divulgadores y divulgadoras de asuntos artísticos. Una tarea que, por lo general, el mundo académico no había desarrollado plenamente.
Pero aún hay más: tras los decorados e indumentarias de la última serie histórica que hayamos visto, quizás se encontraba la asesoría de algún historiador o historiadora del arte.
Del mismo modo que podemos colaborar con aquellas unidades policiales que, como la Brigada de Investigación de Patrimonio Histórico de la Policía Nacional, velan por nuestro patrimonio. Una tarea que también podemos realizar desde algunas administraciones municipales, regionales o estatales.
En algunos ayuntamientos, los historiadores del arte supervisamos, por ejemplo, los planes arquitectónicos o de ordenación urbana.
Aunque también velamos por el patrimonio cultural en manos privadas. Así, no resulta extraño encontrarnos dentro de las plantillas de grandes compañías como bancos o aseguradoras. Específicamente, como responsables de los fondos y colecciones que estas empresas suelen atesorar; o involucrados en sus fundaciones y proyectos culturales varios.
Por todo ello, y a pesar de no “pintar cuadros”, resulta evidente que la Historia del Arte tiene un papel esencial en nuestras sociedades. Ya sea custodiando la obra de Velázquez desde el Museo del Prado, divulgando una historia del arte inclusiva en un taller para jóvenes, o desde un aula de un instituto donde se explica la guerra a través del Guernica de Picasso.
Álvaro Cánovas Moreno, Personal Investigador en Formación, Departamento de Historia y Teoría del Arte (UAM), Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.