Foto: Palestinos buscan supervivientes tras un ataque israelí en Gaza el 31 de octubre de 2023. AP Photo/Doaa AlBaz
Hace más de una década, un informe de las Naciones Unidas describía la Franja de Gaza como prácticamente inhabitable, añadiendo que harían falta “esfuerzos hercúleos” para cambiar esa situación.
Hoy, tras seis meses de bombardeos, desplazamientos masivos y asedio por parte de Israel, la tarea de reconstruir Gaza parece prácticamente inimaginable.
Soy un académico e ingeniero de sistemas que, como director de investigación del Centro de Sistemas Sanitarios y Humanitarios de Georgia Tech, estudio la intersección de la salud pública y la educación, centrándome en la optimización de los sistemas para un acceso eficaz y equitativo a los servicios esenciales.
Sé que, en situaciones normales, diseñar sistemas complejos en los que intervienen personas, comunidades, tecnologías y recursos limitados –a menudo con prioridades contrapuestas y que afectan a múltiples segmentos de la sociedad– es un reto extremadamente complejo. Hacerlo en medio de un conflicto geopolítico hace que el problema parezca inviable.
Pero lo que ahora nos ocupa en Gaza es de una escala totalmente distinta. El enclave se enfrenta a crisis en cascada, una condición en la que múltiples crisis interrelacionadas ocurren secuencial o simultáneamente, cada una desencadenando o exacerbando la siguiente. Y por mucho que cueste mirar más allá de los horrores cotidianos de la guerra en Gaza, llegará un momento en que el mundo empiece a volcarse en la recuperación y la reconstrucción. Lo preocupante es que las crisis en cascada harán este proceso mucho más difícil y, además, amplificarán los costes humanos de este conflicto en los años venideros.
Más allá del número de muertos
Como alude el informe de la ONU de 2012 en el que se cuestiona la “habitabilidad” de Gaza, el enclave ocupado se enfrenta desde hace tiempo a graves problemas relacionados con el abastecimiento para las personas que viven en la que es una de las zonas más densamente pobladas del mundo. Mi madre, que vive en Cisjordania, visitaba Gaza a menudo como miembro del Consejo Nacional Palestino y de la Secretaría General de la Unión General de Mujeres Palestinas. Compartía con ella historias de su rica cultura, pero también de problemas notables, como el persistente olor a cloaca y el desempleo superior al 45 %.
Por supuesto, después de meses de bombardeos israelíes tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, la preocupación inmediata es la vida de las personas. El conflicto ya ha matado a más de 33 000 personas en Gaza, según las autoridades sanitarias gazatíes.
Pero la devastación causada por los conflictos armados va más allá de las víctimas inmediatas. Las vías causales –es decir, las cadenas de acontecimientos a través de las cuales se dejarán sentir las consecuencias a largo plazo– implican que el conflicto actual provocará casi con toda seguridad crisis sociales y sanitarias duraderas. Y éstas, según ha demostrado la investigación, pueden eclipsar la destrucción resultante de un conflicto activo tanto en alcance como en gravedad.
El análisis de 13 conflictos armados recientes realizado por la Secretaría de la Declaración de Ginebra, una iniciativa respaldada por la ONU, reveló que las muertes indirectas superaron a las directas en 12 de ellos.
El informe hace la estimación conservadora de que, por cada persona que muere directamente a causa de la guerra, mueren cuatro más a causa de sus consecuencias indirectas, como enfermedades transmitidas por el agua por falta de agua potable y limpia y la destrucción de los saneamientos, o muertes por complicaciones en el parto debido a la interrupción de los servicios sanitarios.
Dada la escala y el alcance de la destrucción de seis meses de bombardeos, el impacto indirecto de la guerra en Gaza puede ser aún peor. Y mientras que normalmente hay un desfase antes de que estos efectos se dejen sentir, en Gaza ya se están produciendo. El colapso económico, la destrucción de infraestructuras, los daños medioambientales y los desplazamientos han creado una crisis multidimensional.
Sistemas comprometidos
Para comprender el reto que supone superar las crisis en cascada en Gaza, merece la pena echar un vistazo a las repercusiones del conflicto en estos meses.
La guerra ha devastado la economía del enclave. La ONU estimó a mediados de febrero que casi la mitad de las tierras de cultivo habían sido dañadas y que cerca del 70 % de la flota pesquera de Gaza había sido destruida.
En los primeros meses de bombardeos, casi el 70 % de las 439 000 viviendas de Gaza y cerca de la mitad de todos los edificios –incluidos los comercios– resultaron dañados o destruidos.
Mientras tanto, la destrucción de la infraestructura sanitaria de Gaza ha provocado que cerca de tres cuartas partes de los hospitales y dos tercios de las clínicas de atención primaria hayan cerrado, dejando sólo 10 de los 36 hospitales funcionando a duras penas. Las amputaciones se realizan sin anestesia y los abortos espontáneos han aumentado un 300 %.
Esta crisis sanitaria se ha visto agravada por la falta de agua potable y de suministros médicos esenciales, lo que ha contribuido al aumento de las tasas de enfermedades infecciosas, infecciones respiratorias agudas, deshidratación grave y diarrea.
Los hospitales y las clínicas tienen dificultades para funcionar sin electricidad y muchos trabajadores sanitarios han resultado heridos o muertos, lo que afecta drásticamente a la capacidad del sistema sanitario. Y muchas escuelas y universidades han sido destruidas, lo que hace que la educación sea inaccesible. Cuando la guerra termine, los palestinos de Gaza saldrán del conflicto con sus sistemas educativo, sanitario, de vivienda y económico profundamente comprometidos.
El coste de la reconstrucción
Todos estos factores están interconectados. En otras palabras, se agravan unos a otros y crean un efecto cascada de resultados negativos para los palestinos de Gaza. Tomemos, por ejemplo, la cuestión de los desplazamientos masivos, con 1,7 millones de personas obligadas a abandonar sus hogares, que han sido destruidos en gran parte: esto afecta a la capacidad de las personas para ganarse la vida, lo que conduce a un aumento de la pobreza y a un mayor riesgo de desnutrición.
Las secuelas del conflicto exigen la reconstrucción de múltiples facetas de la sociedad, como las estructuras sociales, la sanidad, las infraestructuras y la educación, todas ellas profundamente alteradas.
Otro ejemplo es la educación: la interrupción de la escolarización de los niños no sólo afecta al aprendizaje y al desarrollo individual, sino que también tiene implicaciones a largo plazo para el bienestar general de la comunidad. El trauma de la guerra significa que muchos niños se enfrentarán a graves problemas incluso cuando cesen los bombardeos. Esta pérdida de educación mermará las oportunidades de empleo, lo que a su vez repercutirá en la economía general.
Para hacer frente a esta situación será necesario un enfoque integrado que no sólo se centre en la reconstrucción física de las escuelas, sino que también tenga en cuenta la calidad de la educación y el apoyo psicológico y social a los niños. La ONU prevé que un millón de niños –casi todos los niños de Gaza– necesitará apoyo psicosocial y de salud mental.
Mientras tanto, la reconstrucción de los sistemas de salud pública de Gaza requerirá soluciones que no se limiten a atender las necesidades médicas inmediatas, sino que también tengan en cuenta aspectos más amplios, incluidos los servicios de salud mental y los programas de vacunación, así como el suministro de medicamentos esenciales.
Reconstruir ciudades que se enfrentan a crisis en cascada de la naturaleza de la que sufre Gaza es una perspectiva de enormes proporciones. Y aunque la tarea pueda parecer insuperable en estos momentos, con cooperación, coordinación y valor no es inalcanzable.
Pero es un reto que se hace mucho más difícil cada día que dura la guerra en Gaza.
Dima Nazzal, Director of Professional Practice, Georgia Institute of Technology
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.